Cualquier análisis histórico del siglo XX debe enfrentarse al racconto de masacres, torturas y diversas muestras de inhumanidad. ¿Qué fue lo que llevó a millones de hombres y mujeres a campos de concentración y exterminio, o a entregar a compañeros o familiares, o al colaboracionismo con el invasor? ¿Por qué unos pocos lograron dominar a miles socavando su dignidad hasta puntos insospechados? ¿Cómo gente común pudo ser capaz de empuñar armas contra enemigos o hermanos, de mancillarlos?
En “La humanidad frente a la barbarie” no he eludido el escabroso pero necesario pasaje por las conductas que convirtieron el siglo XX en la “centuria de los genocidios”. Pero lo que me interesa, por sobre todo, es la conducta humana, sus miles de reacciones posibles. ¿Qué hacer frente a una situación límite? ¿De cuántos resortes emocionales, mentales y físicos depende la reacción humana? ¿Cómo sobrevivir? La psicología ha estudiado el hecho de caminar por el borde entre el vida y la muerte y los sentimientos que se ponen en juego. Pero, ¿y el hombre? Si lo quieren matar, meterlo en una cámara de gas o en medio del hielo siberiano o dejarlo abandonado en el desierto, donde reinan el sol y las montañas de arena, ¿se someterá inexorablemente, o tal vez buscará salvarse de cualquier manera? ¿Acaso peleará con lo que tiene a mano? ¿Qué ocurriría si no encuentra una salida que le permita recuperar el aliento? ¿A qué está dispuesto? ¿Será verdad que con tal de sobrevivir se acaban las inhibiciones y se supera cualquier tipo de barrera moral o afectiva?
Hombres comunes que de golpe se convierten en asesinos o torturadores. Ya se ocupó de esto El señor Galíndez, del dramaturgo argentino Pavlovsky. ¿Es esto un instinto? ¿Un reflejo? ¿Tiene que ver con la supervivencia. En el pensamiento de Hitler, los asesinos no sentían la responsabilidad sobre sus actos porque no existía una fuente de autoridad ética que guiara, que enmarcara las acciones individuales. Para los nazis con uniforme los únicos que no tenían moral eran los prisioneros políticos, los soldados rusos capturados, los gitanos, los homosexuales, los testigos de Jehová y los judíos. En todos los países o regiones donde se impuso el Holocausto, los Estados habían sido aniquilados, el sistema legal anulado y la previsibilidad de los actos, en todos los sentidos, había sido absolutamente destrozada. Acabada la guerra, la vida humana seguía sin valer nada. Millones de alemanes que habían ocupado los Sudetes en Alemania, o Polonia o partes de Rusia, fueron desplazados por la fuerza hacia Alemania, caminando, como pudieran.