Señor Director:
El capitalismo ganó la batalla de las ideologías, pero no ha ganado la carrera por la sobrevivencia, los desequilibrios tanto en el mundo social como ecológico los demuestran, con un panorama de incertidumbre para mediados de este siglo, el agua, el petróleo y el clima pueden derribar cualquier gobierno. El capital como toda herramienta es bueno o malo según el uso que uno le dé, nos hemos acostumbrado a vivir en este paradigma mercantilista, donde hemos cosificado al ser humano, tratándolo como una cosa, que se usa, se explota y se desecha. La usura se ha vuelto una moneda corriente, no importa si con ella se empobrece una población, una usura que entiende de multiplicación pero no de ética.
Todo ser humano es un fin en sí mismo, con la misión que en lo posible se realice aquí en la tierra, para lo que necesita que su libre albedrío no esté condicionado por las necesidades básicas. Pero las nuevas formas de esclavitud financieras no dejan de dar latigazos para que la maquinaria de sus ingresos no se detenga y no perder así las riendas del statu quo. Cargan un yugo pesado en los habitantes de los países más pobres del mundo, poniendo anteojeras a sus dirigentes, que cuando se desvían, hacen todo lo posible por derribarlos como a Zelaya en Honduras o los intentos de derrocamiento a Evo y Correa. Nadie prestaría dinero si no fuera un buen negocio, nadie se endeudaría si no le conviene, pero hay deudas y deudas, las hay legítimas e ilegitimas, como las que han sido otorgadas a los regímenes dictatoriales, reconociendo así una legalidad que nunca existió, lo que en parte los hace cómplices de los delitos de lesa humanidad y por todas las empresas privadas y bancos que se han enriquecido con esta. Siempre habrá funcionarios dispuestos a vender a su patria con tal de aumentar su patrimonio y a endeudar a su población por 30 monedas de plata y con un beso.