Pintor de burdeles

Domingo 30 de abril de 2017
Toulouse Lautrec era enano, pero no nació enano: se había caído de un caballo cuando era niño y se fracturó los dos fémures; nunca se recuperó del todo: se sumaron problemas de calcificación que le impidieron al joven aristócrata (de familia adinerada e irrefrenables aspiraciones artísticas) alcanzar un desarrollo físico pleno y caminase de forma equilibrada con ambas piernas. “Soy feo, pero la vida es hermosa” solía decir, respaldando con su discurso su prisma vital. Le dio forma y pinceladas de color a un panorama turbio y excéntrico, retrató con singularidad y maestría retazos del París más bohemio y extremo que ha existido. Se convirtió en el dibujante de las cabareteras, de los cafés-concerts, de las tabernas, de los borrachos, de las busconas de Montmartre, de los burdeles y las carpas de circo. De no haber nacido en Albi (Francia, 1864) pudo haber venido al mundo en Posadas y pintar, tranquilamente, en la Bajada Vieja.
Empezó esbozando caballos; caballos y bailarinas; más tarde, bailarinas y can-canes. Bajo los focos de ese gran molino rojo, clonó en láminas de papel cientos de cuerpos femeninos (imagen), calcó sus curvas. Tan rendidas a su enigmático talento estaban entonces las mujeres de la noche parisina. Pintaba afiches, pintaba la oscuridad, pintaba lupanares y las calles. Pintaba juguetes rotos, encajes, piernas abiertas; un mundo que hoy, a más de un siglo después, pudimos conocer como si lo hubiésemos vivido, gracias a su genio. Cuando se apagaron la luz del cabaret más turbio su espíritu siguió vivo entre sombras en los carteles de Toulouse. La fortuna le permitió hacerse habitué del Moulin Rouge (1889), de los hipódromos, de los bailes de disfraces. Observaba todo sin perder detalle; escudriñaba y palpaba, cataba, respiraba y se sumergía en ese ambiente compacto, apelmazado, viciado, como solo él sabía, como solo él podía hacerlo. T.L. murió en Francia en 1901.