¡Intríngulis chingulis!

Viernes 29 de marzo de 2013
Con esas felices palabras -latinizadas para darles un mayor misterio de fórmula mágica y que podrían interpretarse como un “¡eso fue todo!” o “¡el caso está resuelto!”- terminaba cada aventura de Anteojito y Antifaz. A mediados de los ‘60 mi viejo trajo por primera vez la revista al rancho, y desde entonces cada jueves a la noche se me daban, religiosamente, las monedas para ir a buscarla al puesto de diarios de Corrientes y Dorrego, faro de Villa Crespo. Me la traía feliz, casi volaba, para leerla en mi casa; y esto que suena tan sencillo y mínimo, es una de las pocas cosas que recuerdo ahora de aquellos años porque al poco tiempo, mi viejo, al irse, deshojó la casa de fantasía.
Cincuenta años después vengo a leer que se ha muerto el viejo dibujante de historietas, don García Ferré, y esa sí que es una triste noticia, chamigo, porque de algún modo mueren con él aquellas escenas de las monedas de los jueves, los anteojitos para la vecinita y los faros apagados, como si debiera clausurar, otra vez, una página del álbum de fotos. Intuyo que al enterarse y a la sola mención de aquel entrañable doble apellido, muchos habrán hurgado espontáneamente en sus “propios álbumes” imágenes de Hijitus, Larguirucho, Neurus; otros las de Petete o Pan Triste, otros las de Oaky o Cachavacha, y habrán aparejado estas mismas evocaciones asociadas. Pero los de más 50 habrán dicho ayer: "yo leía Anteojito". En mi caso, copiaba su figura, después lo dibujaba de memoria, y esa era mi “galanura”: regalárselos a la pelirroja "que vivía enfrente". Cuando en Misiones conocí a otro gran dibujante, Raúl Delpino (que además había trabajado con García Ferré, dibujando al personaje de Larguirucho), compartíamos -si usted quiere: infantilmente- en casi una secreta rabona de veteranos el marco emotivo y las lejanas circunstancias de las revistas de historietas; y confieso que si él estuviera hoy, volveríamos, con seguridad, a esto mismo.

¡Intríngulis chingulis!

Aguará-í