El monstruo y los amantes

Jueves 27 de octubre de 2016
Mirta tenía 17 años, había lavado los platos y vasos del almuerzo y los puso a escurrir en la cacerola cuando llegó la visita. Ismael, el joven albañil no tenía idea de lo que le esperaba cuando aceptó el primer vaso de vino en casa del negro Tossi, su capataz, porque terminaría casándose con la hija del anfitrión.
Antes, se encadenaron las fatalidades de toda profecía (el caracú de esta historia): en esa casa guardaba silencioso reposo un enfermo que venía de una cura de sueño y por esa razón sus habitantes se movían afelpadamente, sobre todo cuando el hombre dormía, lo que ocurría casi constantemente. Además: se clausuró el “aeropuerto” de las moscas, las cucharas eran de madera, se aceitaron las bisagras, se abozaló al perro, se selló la gotera y se desconectó el timbre. Pero como más allá de la medianera no todos sospechaban la pretensión de los Tossi de un mundo enmudecido, cada tanto, o arrancaba el furgón gasolero del vecino y el enfermo pestañaba; o si alguien clavaba una tabla, el tipo giraba de posición, clara amenaza de otro huracanado despertar neurasténico.
Al promediar la botella, con intuición de que haría falta otra, Ismael se desentendió de la consigna sepulcral: corrió la silla, descorchó la siguiente. Farfulló en sueños la bestia dormida. Vencida la siesta se ofreció mateada. Ismael buscó yerba, mate y bombilla con fatal error de cálculo: tumbó la cacerola… y volvió del infierno al mundo sobresaltado aquel Lázaro como si nunca se le hubiera curado el mal genio arremetiendo con tal recurso de mandobles y catálogo de  gritos y puteadas que para preservar la vida del entonado Ismael, Mirta lo sacó al patio, y fue justamente en el patio donde Ismael quedó definitivamente hechizado por los ojos de la guaina, que cebándole el postrero mate bajo la ropa tendida lo miraba con complicidad de amorío.
Y asegura el negro Tossi que no fue el trueno sin fin de cristales y platos rotos lo que despertó al monstruo… sino los propios latidos de los amantes.