Ojo con la silla vacía

Lunes 27 de junio de 2016
¿Cómo puede alguien esconderse detrás de una fina columna de alumbrado? Sencillo: con el don del Hombre Invisible. Me salta al paso, este amigo, como Robin Hood en Nottingham y me cuenta cosas que de otro modo yo no me enteraría. Suele ocupar la cuarta silla vacía que nadie ocupa en los bares, la de la mesa luminosa en la que tres taxistas conversan al descuido en una fría mañana de un domingo de éxodos, o en aquella otra, que la pareja ha elegido en el rincón sombrío para negociar una conciliación.
“En la primera, dice el Hombre Invisible, asistí a la cátedra sobre la acepción del término “peronista” dictada con tono de queja del gran veterano: “Cristinismo no significa Kirchinerismo, que no fue Menemismo, Imberbe o Camporismo. El peronismo es sinónimo de Justicialismo, la doctrina del Perón de los 40, que viene del Laborismo, y el laborismo es un partido antiguo, inglés…”, etc. etc.
En la mesa de la pareja y sus cafés fríos, no escuché nada sino que leí algo. Cuando el muchacho se levantó y se fue al baño, la mujer - que lagrimeaba - escribió una nota en una servilleta, la dejó debajo del vasito de agua y abandonó al bar. El muchacho volvió, buscó a la compañera, imaginó que estaba en el baño hasta que vio la servilleta (la leyó de ojito el Hombre Invisible: “Nos enamoramos a un tiempo, en el mismo momento, pero está claro que nos desenamoramos a destiempo y el que primero se desenamora convierte al otro en una víctima. Me arruinaste la vida. No me llames nunca más”), la abolló, llamó al mozo, conversaron: le pidió otro café y el diario. Chequeó mensajes en su celular. En la otra mesa quedaban sólo dos (de tres) taxistas, y como náufragos, comentaron un consuelo de tango; el tercero, el lingüista de Perón, curado de espanto por su catarsis académica, ya conducía su auto con la despechada en fuga. Quizá no sepa que lleva por esas calles desiertas a una víctima del desamor”.
Y dicho esto, Robin Hood se ocultó tras la columna. Lector, ojo con la cuarta silla vacía.