El criador de fantasmas

Viernes 24 de noviembre de 2017
Esto lo contó el Mozo -que había sido futbolista amateur- en un armisticio de la tarde cuando se vació el Bar de la Esquina: “Íbamos 0 a 0 y agonizaba el partido; a los 89', nuestro 9 cayó en el área, no hubo foul del defensor rival y sin embargo el referí cobró penal. Protestaron como leones, pero la hiena no reculó. Los entendí, y como era el encargado de patearlo me propuse hacer justicia por mi cuenta: le apuntaría bien finito al poste, y afuera. Apoyé la pelota en el punto del penal, me alejé, me detuve casi en la línea del área grande. Ensayé mentalmente cómo maldeciría mi amague, medí el ángulo hacia el objetivo como un billarista mide la pifia y cuando sonó el silbato de la orden, se me apareció una nube endoplasmática parlante con distintas voces: -No te hagás el santo, fusilalo. Otra: -Lucite, dale suave a la derecha, otra: -Humillalo, picala a la izquierda.
Conclusión: me salió un tiro cantado al medio, a las manos del arquero, que encima me gritó: -¡Tomá, gil!
Me maldije sin camelo. Terminamos empatando en su cancha y fui el pato sudado de la boda; nadie me saludó, mis compañeros bajaban los ojos a mi paso, me aplaudieron en blanco y negro los hinchas de la contra y los nuestros me insultaron en colores. En el barullo oía el eco de las voces: ¡Fusílalo! ¡Lucite! ¡Abajo! ¡A la derecha! ¡Humillalo! ¡Arriba! ¡A la izquierda! Entonces descubrí que el tema no era la balanza del fair play, ni el qué dirán de los rivales, ni la adulación de los aliados; la cosa era que, así como hay quienes crían pura sangre, salmones o chanchos, yo era un criador de fantasmas. ¿De dónde venían los del penal? Pues de mi propia fábrica. Pero gracias al tiro cantado y a las manos del arquero resentido, pude experimentar el alivio que se siente cuando uno cierra su criadero de fantasmas como fábrica en quiebra, los exorciza a todos juntos en la soledad del vestuario… y de una sola barrida los callé para siempre”.