Consistorio V

Lunes 22 de mayo de 2017
En medio de los manotazos de ahogado del presidente Temer de los que dan noticias los diarios del mundo entero que le escamotean el salva vida, y por las que unos compadres (Miguel Rosso, Roberto Dadamo y el galleguito Rodríguez) se relamen porque fueron proveedores del Estado en la construcción de la cárcel de Campana y ahora ven en Brasil un filón interesante, porque, aseguran, "faltarán cárceles para enjaular a los 2000 políticos involucrados en el Cometa-Gate"; en medio, además, del complejo no resuelto en su infancia de Kim Jong Un por los fuegos artificiales que hacen la delicia suya, a juzgar por sus carcajadas cada vez que lanza un misil al aire, y la de sus lugartenientes que le festejan la gracia; y en medio del malambo venezolano, y del puchero caprichoso de Trump que no da por el momento pie con bola y cuyo único acierto, para nuestro bien, es aparecer siempre acompañado de la bella y misteriosa Ivanka; en medio, les decía, de este caos de la realidad, no quedaba mucha tela que cortar. Sólo se escuchaba el tintineo de las cucharitas revolvedoras contra el pocillo. Pero en el Consistorio de la Melancolía nunca se sabe. Puede ser un gesto chaplinesco de El Coronel, o una salida felliniana de Adela, principales acólitos que se dan cita en el bar de mala muerte, y que completamos como de reparto, el mozo de la tarde y un servidor. Dicho y hecho. Contó El Coronel una historia de Neruda, que tenía un amigo que se la contó a él: “Vivía este sujeto constantes situaciones que no creería ni Ripley, como esta: en esos tiempos dormía en un sótano y escuchó una noche el sonido de martillazos en las paredes. Siguió el descascaramiento del revoque, el temblor del piso… y dos obreros que abren sendos boquetes, entran la pieza ya polvorienta seguidos por dos hombres de casco, traje, corbata y copa de champán en mano. Celebraban, frente al atónito espectador, la puntería del encuentro de ambos túneles, que venían a completar la bendita obra de los subterráneos…”.