Buenos Aires, Buenos Aires

Viernes 21 de octubre de 2016
Fueron sus últimas palabras, quizá misteriosa alucinación de las inminentes despedidas terrenales. Su hermano Rafael las escuchó al pie de su cama. Hace 130 años, el 21 de octubre de 1886, moría José Hernández, a días de cumplir sus 52 años (10/11/34), en su quinta de Belgrano, sobre la entonces calle de los Virreyes, que después (1917) llevó el nombre del poeta. Como político, no me cabe ninguna duda, Hernández era candidato presidenciable en las inminentes elecciones (abril, 1886, triunfó Juárez Celman, concuñado de Roca...) y sospechando de aquellos ñatos y de esos tiempos confusos, no sé si no lo mataron.
Como poeta, fue un espécimen raro: su obra opaca su propia existencia, al punto que pocos recuerdan sus otros logros como soldado, docente o como periodista.Además, aunque el Martín Fierro fue best seller desde su aparición (1872) y lo fue tras la Vuelta (1879), pedida a gritos por sus lectores, en conjunto el poema es una obra inconclusa. Quienes lo hayan leído reconocerán que la Ida termina en un exilio a las tolderías con Cruz (del que evidentemente el payador habría de regresar para contarnos su historia) y que la Vuelta termina con un grupo de jinetes (padre e hijos) alejándose a los cuatro vientos a cumplir una misión secreta, y para colmo con los nombres cambiados. Nunca volvieron. ¿Es Martín Fierro su verdadero nombre, entonces?
Gozó por su estilo campechano, de buena acogida entre los paisanos del campo, pero escasa entre los literatos de su tiempo. Hasta que Lugones lo exaltó en una serie de conferencias (1916) y le dio el impulso que cobró hasta hoy... y 90 años después, hasta hoy mismo, el poema estaría sujeto a una cinchada con el Facundo, de Sarmiento. No son tan antagónicos, acaso sustancias afines para una buena argamasa. Pero no. Dicen muchos: “Si nuestro libro nacional fuera el Facundo, en vez del Martín Fierro…”. Sus restos descansan en La Recoleta y, como buen masón, su bóveda está llena de símbolos. Como su poema.