Pessoa (1888/1935)

Domingo 21 de enero de 2018
“Si después de morirme quisieran escribir mi biografía no hay nada más sencillo. Tiene sólo dos fechas, la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra todos los días son míos”. 
Si, en cambio, los turistas que hoy abrazan diariamente la escultura de Pessoa (frente al café A Brasileira de Lisboa) fueran también sus lectores, el escritor no saldría de las listas de best-sellers. Apoyan sus cabezas sobre su hombro, le atusan el bigotito, le tocan el ala del sombrero. Su imagen resulta muy familiar. “Está” en cada calle: “Aquí vivía, aquí escribía, aquí bebía, por aquí paseaba”. Es marca registrada en su natal Lisboa, el icono de la ciudad. 
Desde hace unos años todo el mundo parece reconocerlo, sin embargo su fama fue póstuma. Pessoa solo publicó un libro en vida, el poema patriótico Mensagem. Y siempre vivió atormentado por su personalidad. “No sé quién soy ni sé cómo es mi alma. Hablo con sinceridad y reconozco con sinceridad que no sé de qué hablo cuando hablo de mí. Soy muy distinto de esos otros que tampoco sé si existen. Me siento múltiple”. Tanto es así que incluso se dirigía a su única amada reconocida, Ofélia Queirós, con alguno de sus múltiples heterónimos, categoría reina de su centenar de personalidades y personajes inventados a la que pertenecen “Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro Campos”, para quienes creó una caligrafía, una vida y una rúbrica, propias. 
Se ganaba la vida traduciendo cartas comerciales gracias a su impecable inglés y su dominio del francés. Tejió un entramado de ficción (e introspección) que se enmarcaba en el espíritu de las vanguardias surgidas en Europa durante la Primera Guerra, cuando París era la capital mundial del arte. Y todo lo hizo sin salir de Lisboa.