En bicicleta por París

Martes 17 de octubre de 2017

No sé sabe qué motivos llevaron a Horacio Quiroga a París porque él nunca lo dijo, pero sus biógrafos aseguran que fue porque eso era lo que hacía todo aspirante a poeta maldito, escritor marginal o snob, de la época, y en 1900, y con 21 años, no fue la excepción. Su experiencia fue pésima y tan dramática que siempre lamentó el viaje y la estadía. Llevó dos Libretas de Bitácora. Partida -se lee en Vida y obra de H. Q. (1939) de Delgado y Brignole- Se embarcó como un dandy, flamante ropería, ricas valijas, camarote especial, y todo él derramando una aristocrática coquetería, unida a cierta petulancia de juventud favorecida por el talento, la riqueza y la apostura varonil. No había quien pudiese dejarlo de envidiar. Quiroga gozaba de las finanzas de su padrastro que facilitaron el costeo del viaje y según lo insinúa en sus notas se veía a sí mismo como un predestinado a la gloria.
La Libreta Nº1 tiene un tono nostálgico: extraña a su novia y amigos. Durante el viaje se aburre, describe a los pasajeros y algunos borradores de sus primeros poemas surgieron en este viaje.
La Libreta Nº2 da cuenta de sus días en París. Llega para la inauguración de la Exposición Universal de 1900. Visita museos y se compra una bicicleta (ya en la Libreta nº 1 escribió que al llegar al puerto de Génova, y para aprovechar las horas que le restan para tomar el tren a Paris, alquila una bicicleta para recorrer la ciudad. Lo mismo hace en Paris). Dejó numerosas anotaciones sobre los ciclistas, los tiempos que realizaban y asentó nuevos récords. De hecho, para no gastar en ropa, el joven Quiroga se pasea por París con una camiseta del CCS (Club de Ciclismo de Salto). Unos meses después, volvió con pasaje de tercera. Costó reconocerlo: del antiguo semblante le quedaban la frente, los ojos y la nariz; el resto naufragaba en un mar de pelos negros. Tan es así, que luego de su experiencia en París, nunca más se afeitó la barba.