Tras la expulsión, los jesuitas regresaron al Río de la Plata en 1836 (hace 180 años). Habían sido expulsados de los vastos dominios de España en 1767. La Orden fue suprimida por el papa Clemente XIV en 1774 y había sido restaurada en 1814 por el papa Pío VII. En 1835, en el contexto de la guerra civil, los motines anticlericales en España tenían a la Compañía entre sus blancos preferidos. En Buenos Aires gobernaba Juan Manuel de Rosas. Su primo Tomás de Anchorena, Felipe Arana y otros devotos promovieron el regreso de los jesuitas. A través de sus contactos españoles, Rosas invitó a la Compañía a enviar sacerdotes a Buenos Aires para misionar en los pueblos de campaña donde escaseaban los párrocos. Volvían.
En agosto de 1836 desembarcaron y enseguida se les estampó en la solapa la cinta punzó. Rosas les devolvió el colegio de San Ignacio -actual Colegio Nacional de Buenos Aires-, les asignó un subsidio y los invitó a misionar en los pueblos de la provincia.
En 1840, cuando se produjo la invasión de Lavalle y el gobierno se vio en peligro, Rosas pretendió que los jesuitas predicaran no sólo la fidelidad a su gobierno sino además el odio a sus enemigos, y frente a las intensas presiones los jesuitas se dividieron. Un grupo se dispersó en otras provincias y en Montevideo. Se fueron.